Existe una herida histórica de la mujer, una herida que cada mujer trae en sus memorias y que hemos venido a sanar. 

Una herida que en diferentes situaciones nos conecta con experiencias de maltrato, de humillación, de abuso, de sumisión, de rabia y de impotencia. 

Una herida que te desgarra en tu útero y en tu pecho cuando la sientes y que está muy ligada a la expresión de la propia sexualidad femenina.

Sexualidad que cuando ha sido expresada en su vertiente más sagrada, inherente a la naturaleza de la mujer (en belleza, en plenitud, en abundancia, en fertilidad, en sensualidad, en alegría, en danza, en autoestima, confianza y placer) ha sido gravemente penalizada. 

A lo largo de la historia, la mujer ha tenido que reprimir su propia expresión natural por pura supervivencia. 

Abusos, luchas de poder y sumisión, humillación, maltrato e incluso muerte podían ser las consecuencias de expresar todo el poder cíclico que una mujer lleva dentro. 

Y lo más grave es que entonces la mujer se llena de culpa, de desprecio y de desvalorización hacia sí misma.

Pero lo que más me remueve es que sigue pasando hoy día…

Hoy elevo el rezo para que a través del amor y el placer transmutemos esa herida. 

Para que nuestra sangre drene todos los desgarros y bailando junto a Madre Tierra retomemos nuestro poder sagrado.

Hoy elevo el rezo para  que hombres y mujeres podamos convivir en unión desde la igualdad, colaboración, apoyo y honra de nuestras diferencias. 

¿Elevas el rezo conmigo? ¡Yo te propongo que cantes, bailes, conectes con toda tu hermosura y con aquello que más te haga disfrutar! ¡Vamos juntas!